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4 nov 2013

1 Juan 3:19-23

En esto sabremos que somos de la verdad, y nos sentiremos seguros delante de Él: que aunque nuestro corazón nos condene, Dios es más grande que nuestro corazón y lo sabe todo.  Queridos hermanos, si el corazón no nos condena, tenemos confianza delante de Dios, y recibimos todo lo que le pedimos porque obedecemos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada.  Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos los unos a los otros, pues así lo ha dispuesto.



Cada uno de nosotros ha nacido pecador.  Nuestro corazón nos condena.  Pero hay una forma de escapar de esta condenación: creyendo en el nombre de Jesucristo.  Ésta es la única manera de salir de esa esclavitud y oscuridad y poder tener luz y vida eterna.  Con esta carta de Juan podemos percibir que la congregación tenía dudas sobre quién y cómo uno podía ser parte del linaje de Dios.  Si pones atención a lo que hemos venido estudiando en el capítulo tres, en repetidas ocasiones nos dice cómo darnos cuenta si somos o no de Dios.  Y estos versos no son la excepción.  Debemos saber que nuestra carne nos condena y aparta del Señor.  Debes tener claro que tu cuerpo va en contra de lo que Dios nos pide.  Es el Espíritu quien nos permite actuar diferente.  Es el Espíritu quien nos abre el entendimiento y trae discernimiento a tu vida.  Es normal que ahora te des cuenta de cosas que antes no percibías.  ¡Ahora tienes una conciencia que está funcionando!  Antes estaba totalmente parada o la echabas a andar conforme considerabas necesario.  Ahora Dios es quien pone los parámetros en tu vida y es Él quien te da esa sensibilidad.  Por esta razón, Juan nos dice: pero si el corazón no nos condena, tenemos confianza delante de Dios.  ¿Cómo puede ser que el corazón no nos condene?  En el momento en que creemos en el Hijo de Dios.  En ese instante pasamos de ser condenados a ser perdonados.  Pasamos de ser creaturas de Dios a ser hijos de Dios.  Pasamos de la muerte a la vida eterna.  ¿quieres saber si eres realmente hijo de Dios o sigues viviendo en condena?  Pregúntate si crees en Jesucristo y has confesado su nombre como tu Señor y Salvador.  Pregúntate si en tu corazón está el deseo de servirle y permanecer pegado a Él.  Pero sobre todo, observa tus acciones.  ¿Hablan de un siervo de Cristo?  Recuerda que Dios no quiere que alabemos de labios para afuera sino de hechos.  Por eso se nos ha repetido una y otra vez que el mandamiento que Dios nos ha dado es amarnos los unos a los otros.  También nos dice Juan que al cumplir con este mandamiento, todo lo que le pidamos al Señor nos será dado.  Debes saberlo y creerlo.  El problema que tiene esta aseveración es que se predica incorrectamente.  Es un hecho que Dios nos dará todo lo que pidamos.  El problema es que no se refiere a lo que pidamos para la carne.  Recuerda que nuestro cuerpo es pecaminoso.  Se refiere a todo lo que pidamos en el espíritu.  Piénsalo.  ¿Tiene sentido que Dios nos de para mejorar la carne si al final será polvo?  Definitivamente no.  Lo que Dios quiere es que crezcamos espiritualmente.  Quiere que maduremos y seamos testigos de Él en todo lo que hagamos.  Por esta razón, todo lo que pidamos que sea para su gloria, nos será dado.  Tal vez tengas tiempo pidiendo por algo y no ha pasado nada.  Hoy te quiero animar a que analices tus oraciones.  Pon los principios de Dios en una lista y compáralos con tus principios.  ¿Están en el mismo orden?  Debemos amarle por sobre todas las cosas, incluyéndonos a nosotros mismos.  ¿Quién está en el trono de tu vida?  ¿Dios o tú?  ¿Amas a tu prójimo o solo aquellos que te devuelven con bien lo que haces?  ¿Obedeces en todo o solo lo que consideras importante?  Si quieres que tu corazón no te condene, debes confesar a Cristo y dejar que Él sea quien gobierne tu vida.  Sí.  Es difícil ceder el control.  Pero mira dónde estás parado y cómo has terminado por tomar tus decisiones.  Es momento de cederle el control y dejar que Él tome el trono de tu vida.

Oración

Padre: primero que nada te pido perdón por mis pecados.  Confieso que Jesucristo es el Señor y te pido porque sea mi Salvador.  No quiero que mi carne me condene sino quiero vivir siendo tu hijo y conforme a tu voluntad.  No quiero seguir tomando malas decisiones.  No quiero seguir caminando en dirección opuesta a Ti.  Toma el trono de mi vida.  Siéntate en él y yo escucharé tu voz.  Heme aquí mi Señor.  En Cristo Jesús te lo pido.  Amén

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